Stephan Kurr
Febrero de 2003
Profesionalismo significa, hoy en día, habilidad para efectuar
transacciones económicas. Para la supervivencia en el sistema del
arte, sin embargo (como en los sistemas del derecho, la política,
la ciencia), es indispensable mantener separada la valoración propia
de la valoración económica. La autonomía del arte debe
en todo caso someterse a una prueba que, tal como escribe al respecto Michael
Hutter, incluya el establecimiento de límites frente al mercado.
El arte pertenece al tipo de bienes que no únicamente sirven a quienes
los producen o adquieren, sino también a otros.
Los beneficiarios de la obra de arte son los espectadores, sin importar
quien sea su propietario. Aún las reproducciones posibilitan el goce
estético, la acumulación de conocimiento y la comprensión.
El arte es, así como la ciencia, una inversión incondicional
a priori. Todo aquel capaz de entrever un capital social o económico
dentro de su percepción de la cultura puede obtener un beneficio.
En su teoría sobre la Tripartición del Organismo Social, Rudolf
Steiner entiende la producción cultural, y con ello la creación
artística, como una economía de donación, en contraposición
a aquella, en la que los trabajadores prestan su fuerza de trabajo o los
empresarios canjean su producción por dinero, por ejemplo.
Es costumbre en Asia oriental no dar obsequios de valor duradero. Se dice
que sólo los regalos efímeros conservan la amistad. Por ello
se obsequian flores o dulces y se le otorga un gran valor a la laboriosa
confección del empaque, el cual constituye la parte más efímera
del presente. Quien recibe un obsequio percibe solo por un instante el amoroso
empaque antes de destruirlo, dado que el obsequio es su
contenido. Los regalos perdurables, según esta costumbre, pueden
ser la cinta métrica que se interponga entre los amigos, convertirse
un buen día en el criterio de medición de la amistad, demandando
compensación a cada desequilibrio de la balanza. El ajuste de cuentas
ha marcado el final de muchas amistades, aún cuando los amigos supieran
desde un principio que ni la amistad ni la justicia demandada son susceptibles
de ser compradas.
Los polinesios arrojan sus obsequios en el polvo frente a quienes los han
de recibir, para demostrar la carencia de valor de los mismos. Esta costumbre
demuestra como un presente puede convertirse en una declaración de
guerra, pues el receptor debe aceptar aquello que ha sido arrojado y asimismo
corresponderlo.
Marcel Mauss, en su Ensayo sobre los dones**, describe como
durante la ceremonia del potlatch los indígenas de la costa occidental
norteamericana pueden llevarse a sí mismos a la quiebra. Los nobles,
los jefes y las tribus enteras llevan a cabo un rito de intercambio de dones,
en en cual cada uno intenta superar al otro en generosidad. Es precisamente
en la generosidad, en donde se demuestra autoridad; violento y brutal es
solo aquel que no posee un mejor recurso.
Georges Bataille ve la ceremonia del potlach como una forma social que hace
un uso razonable de los excesos, ya que la compensación obligatoria
conduce finalmente a la entrega del poder y con ello a una rotación
de las jerarquías. El sabio cede hasta convertirse en el tonto, dice
un giro popular del proverbio alemán Der Klügere gibt
nach [el sabio cede].
Llegado el día, aquello que se acumuló con tanto esfuerzo
debe ser entregado, pues aquel que no entrega voluntariamente, será
despojado póstumamente por sus herederos. Aquel que da voluntariamente,
puede por lo menos decidir a quién.
Pero incluso la economía de donación debe ser aprendida.
No cualquier patrocinador logra que se le erija un monumento, no cualquier
artista que sacrifica su vida al arte pasa a los anales de la
historia, no cualquier amante del prójimo se asegura un lugar en
el paraíso. El agradecimiento de sus congéneres y de Dios
les será
otorgado, solamente cuando éstos últimos consideren que se
lo han ganado. El criterio es: negociar desinteresadamente aún cuando
se conozca de antemano la recompensa. El cálculo puede ser inherente
a la economía; sin embargo, quien actúa con cálculo
en la economía de donación, está destinado a fracasar.
Sólo aquel que regala desinteresadamente, recibe los obsequios que
anhela.
* Proverbio del latín: Doy, para que des
** Mauss, Marcel, Ensayo sobre los dones. Motivo y forma del cambio en las
sociedades primitivas, en: Mauss, Marcel, Sociología y Antropología,
Madrid, Tecnos, 1979